Por pmnoticias.tv
Una peste que devasta la ciudad de Tebas en la antigua Grecia obliga a su rey Edipo a investigar el origen de ese desastre sanitario; muchos siglos más tarde, en la víspera del Renacimiento, un grupo de jóvenes huye de Florencia para refugiarse en una villa durante dos semanas y así evitar la peste bubónica que arrasa Europa y Asia, mientras cada integrante narra una historia como pasatiempo durante las tardes.
Edipo Rey, una tragedia escrita por Sófocles alrededor de 430 años antes de Cristo, y el Decamerón, la colección de relatos creados por Giovanni Boccaccio en el siglo XIV, son dos obras de manufactura distinta, con tonos y desenlaces incluso contrastantes, pero que conservan un tema como denominador común: las consecuencias, las reacciones o el impacto del infortunio de una plaga sobre los pueblos.
A lo largo de la historia, desde las pestes narradas en textos bíblicos y en el canto con que Homero inicia la Ilíada, en el siglo VIII antes de Cristo, después de nueve años de guerra entre aqueos y troyanos, abundan los ejemplos en una variedad de poemas épicos, cuentos y obras de teatro, que después “contagiaron” al cine a partir de la angustia provocada por padecimientos letales que parecen transmitirse sin control.
Las diseminaciones virales en las obras literarias coinciden en exhibir la posibilidad del desorden social, de acuerdo con Paulo Alvarado Reyna, profesor de la Escuela de Educación y Humanidades de la Universidad de Monterrey, ya que esta figura de la peste intenta revelar el carácter esencialmente humano: lo que se tiene como fortaleza realmente es vulnerabilidad, llega una peste y se derrumba.
“Es el signo que intenta develar lo frágil de las construcciones humanas sobre las cuales nos sentimos seguros, pero que, puestas en evidencia o en función, las fuerzas de la peste develan nuestra vulnerabilidad, esto que es lo realmente natural; lo demás es artificial y construido”, explicó.
Entre un cúmulo de obras de ficción, Alvarado Reyna destacó la aparición en 1938 de un ensayo muy significativo del escritor, actor y director de teatro Antonin Artaud, El teatro y su doble, donde coloca a la peste como modelo de creación para el teatro.
“Cuando la peste se apodera de una comunidad, de un pueblo, devela los artificios de la organización humana; señala los pilares sobre los cuales artificiosamente se construye la comunidad y se organiza la convivencia humana”, expuso.
Artaud pone como ejemplo de inversión del orden la seguridad en los caminos en las épocas medievales, porque el vigilante simplemente se hace a un lado ante quien cree infectado por la peste, aunque no lo pueda comprobar, recalcó el profesor universitario, lo que deja al descubierto la seguridad como un “asunto artificial”, en ese momento ausente.
“También llega un punto en que la peste se apodera tanto de las comunidades que el dinero pierde su valor; entonces, si estás enfermo, puede no servir que tengas mucho dinero, porque no lo puedes gastar”, refirió.
“Según Artaud, el teatro –y las humanidades, pienso yo– deberían tener la fuerza de una peste: deberían señalar o visibilizar los constructos sociales sobre los cuales se sostiene la convivencia humana”, expuso.
LOS VIRUS EN LAS LETRAS
El tema de las epidemias que desolan ciudades y regiones adquieren una vigencia en determinados periodos, a veces con tintes cíclicos, otras incluso premonitorios, que obligan al resguardo, al confinamiento, a las medidas civiles de excepción, de libre tránsito, de cierre de comercios, de derechos humanos, de parálisis social.
Esto se refleja en una serie de obras icónicas de la literatura, citadas por Alvarado Reyna, como La peste, una de las creaciones capitales del escritor y filósofo existencialista Albert Camus, la novela que aborda el absurdo de la existencia frente a la mortalidad y los desórdenes sociales que pueden provocar estas desgracias colectivas.
Con una estética distinta, en una ficción de corte fantástico del portugués José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, una persona adquiere repentinamente una ceguera que se comienza a contagiar a quien se le acerque; en la historia, hay quienes ven y quienes no pueden ver, con lo que empiezan los arrebatos y los abusos de unos contra otros.
“Lo que imagina Saramago es cómo sostener la vida democrática en un mundo en donde algunos ven y otros no: es una alegoría, algunos pueden ver información, datos o estadísticas que otros en desventaja no ven, pero, al final de cuentas, formamos una comunidad”, explicó.
Continuando con la tradición del realismo mágico, la nicaragüense Gioconda Belli escribe la novela El país de las mujeres, donde se funda un partido político de mujeres en un país ficticio, en el que ellas luchan por levantar la voz y participar en las decisiones políticas, hasta que un volcán hace erupción y, de forma inexplicable, provoca una reducción de testosterona en los hombres, lo que los retira de la vida pública y son confinados a las labores domésticas, aunque, finalmente, las mujeres terminan sumándolos al trabajo político.
“Es una peste de realismo mágico que solo ataca a los hombres y abona a la tesis de que las pestes develan los armatostes artificiales sobre los cuales nos sostenemos para convivir”, subrayó el catedrático de la UDEM.
Otras obras pueden mencionarse dentro del extenso corpus de la literatura de las pandemias, como lo pueden ser Apocalipsis, del escritor de ciencia ficción Stephen King, en el que un virus de gripe, presuntamente creada en un laboratorio, arrasa con la población del planeta.
Jack London escribe en 1910 La peste escarlata sobre una enfermedad contagiosa que en el entonces futurista 2013 recorrería el mundo a una velocidad inesperada, con un desenlace en el que se generan pequeñas comunidades de sobrevivientes, al tiempo en que animales que antes eran domésticos se vuelven salvajes.
La pluma de la autora de la popular novela Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley, narró las desventuras y desencuentros de El último hombre, una novela apocalíptica ubicada a finales del siglo XXI sobre una peste originaria de Asia que avanza hacia Occidente y arrasa al mundo a lo largo de siete años, hasta llevar a la humanidad al borde de la extinción: finalmente, la sociedad y sus instituciones tal como se conocen desaparecen, mientras las ciudades son abandonadas y diferentes grupos de desplazados provocan invasiones y destrucción.
Soy leyenda, de Richard Matheson, relata la historia de un sobreviviente a una guerra bacteriológica que convierte a la humanidad en vampiros, en tanto que, en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, un médico lucha contra el brote del cólera en la Colombia del siglo XIX, sacudida por guerras civiles.
En el entorno local, en 2010, aparece la novela El murmullo de las abejas, de la regiomontana Sofía Segovia, exalumna de la UDEM, una novela ambientada en la Revolución mexicana en la que los personajes buscan sobrevivir a una pandemia.
ESCRIBIR EN CONFINAMIENTO
Otras obras no abordan directamente el tema de las pandemias, pero fueron escritas en la situación excepcional de confinamiento; tal es el caso de la ya citada Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, escrita durante una estancia en la Villa Diodati, en Ginebra, Suiza, durante un verano en 1816, después de un desafío lanzado por el poeta Lord Byron a sus invitados, obligados a permanecer en la mansión debido a un fuerte cambio climático provocado por un volcán en los Mares del Sur.
Alvarado Reyna hizo notar que la situación de aislamiento es algo natural para el proceso creativo de los escritores y, de esto, ellos mismos están dando cuenta a través de sus blogs y redes sociales, así como en páginas oficiales de compañías editoriales, donde recalcan estar aprovechando este tiempo de encierro para producir.
“Va a ser muy interesante la ola de obras literarias que vayan a surgir de esta cuarentena mundial; tenemos que revisar cuál será la temática, cuál será la estética; no se hablará precisamente sobre el coronavirus, pero será interesante revisar la forma en que cuenten distintas historias”, expuso.
En opinión del profesor de la UDEM, será difícil que toda esa producción literaria se genere en lo inmediato, ni siquiera en los próximos cinco años, mucho menos que tome forma un movimiento literario con características definidas, para lo cual deberá transcurrir más tiempo.
“Habrá quienes estén narrando el claustro y la enfermedad, pero vamos a ver también qué forma estética es la que está hablando de la época; a mí, personalmente, más que el tema, que ya está muy trabajado, me interesaría la forma en que es contada”, apuntó.