Por Salvador Hernández LANDEROS
Hace 40 años, un 27 de agosto de 1976, viví una experiencia que me dejó marcado al igual que a otros dos amigos más que viajábamos en un helicóptero de la PGR. Un reportero gráfico y un agente de la policial Judicial Federal.
La mañana de ese día, en la redacción de El Diario de Monterrey, en la Policía Judicial del Estado, la Cruz Roja, la Cruz Verde y creo que hasta en la Estación de Bomberos, me tenían un recado urgente: “Que me reportara a la PGR”.
Enterado telefoneé y Ludivina Lozano, secretaria del Delegado Regional de la PGR, licenciado Salvador del Toro Rosales, conocido como “El Fiscal de Hierro”, me dijo que él tenía la urgencia de verme, qué si por favor podría pasar por su oficina.
Hago un paréntesis: El licenciado Salvador del Toro me privilegió con su amistad y me brindó todo su apoyo para el desempeño de mis actividades. Funcionario ejemplar, Fiscal incorruptible. Nunca permitió una fotografía o grabación de cámaras televisivas.
Continúo: Don Salvador me recibió en su oficina y en tono amable me pidió apoyo para enviarle información a su jefe, el Procurador de la República, Pedro Ojeda Paullada, pues su esposa, Olga Cárdenas, se encontraba de visita oficial en Nuevo León. (Ella, hermana de la actriz del Cine Nacional, Elsa Cárdenas).
Esa mañana, el Gobernador del Estado, Pedro Zorrilla Martínez y su esposa Conchita Velazco, en compañía de la señora Cárdenas de Ojeda, se desplazaron vía terrestre al Municipio de Galena para, en el poblado El Potosí, presidir un evento de desarrollo social.
Le advertí a Don Salvador: “Nos llevan ventaja”. Me contestó; “no se apure, el helicóptero de la PGR lo traslada a usted y su fotógrafo y se van acompañados de un elemento policial por si se llegase a ofrecer algo con los agentes de seguridad de la señora Olga Cárdenas”.
De inmediato llame a El Diario de Monterrey y me contacté con Arturo Alvarado, quien cubría sociales pero que conocía bien la fuente policiaca, pues su hermano Javier, trabajaba en la Policía Judicial del Estado, además de que él era muy inquieto, muy colaborador.
En la oficina del licenciado Del Toro se encontraban los comandantes de la Policía Judicial Federal, Jaime Ignacio Alcalá, Vicente Yllán y el comandante Nacho, quien en su automóvil me trasladó al periódico para pasar por mi compañero Arturo Alvarado.
Mientras tanto, otros agentes trasladaban al Aeropuerto Mariano Escobedo, a Ismael Verónico Ramos, elemento de Seguridad Pública del Estado comisionado en la PGR, institución donde después fue dado de alta como Agente de la Policía Judicial Federal.
Ya en el hangar, Ismael, Arturo y yo abordamos el helicóptero. El piloto, de quien lamento nunca haber sabido su nombre, tomó vuelo enfilado hacia la Sierra Madre Oriental y al llegar a la “M” para cruzar al otro lado, el aparato no subía ni bajaba, al parecer le faltaba potencia al motor.
En verdad que no supe si fueron segundos o minutos pero el tiempo me pareció eterno. Si tuve miedo o no, en verdad no recuerdo y lo atribuyo a lo siguiente: Oí al piloto decir, “hay problemas con el aparato, está trabado, aguántenla”.
En esa fracción de segundos vi que Ismael, quien viajaba en el asiento del copiloto, echó mano a la funda, sacó su pistola y amagó al piloto gritándole: “Qué aguántenla ni que la chingada, si se cae el aparato y nos vamos a morir, primero te mueres tú cabrón”.
Yo viajaba atrás de Ismael y atrás del piloto, Arturo, quien de asustado cayó casi en pánico y con gritos me reclamaba: “Pinche Salvador, Pinche Landeros, para que me trajiste cabrón, yo iba ir a un evento de sociales, y aquí ya nos está llevando la chingada”.
Se lo que es el miedo y la adrenalina, pero esa vez creo que no tuve tiempo de sentirlo. Por una parte, pidiéndole calma a Arturo y por otra, principalmente, a Ismael Verónico diciéndole en tono suplicante: “Tranquilo Ismael, calmado. No se te vaya a ir un tiro y nos va peor, déjalo operar”….
En esos momentos de angustia y a punto de soltar el llanto, el piloto dijo: “Ya, ya, calmados, ya se destrabo”. Quién sabe qué se destrabó pero el aparato empezó a tomar altura y brincamos al otro lado. Todos callados, enmudecidos y pálidos.
Al brincar la Sierra Madre, vimos la carretera y una patrulla de la entonces Policía Federal de Caminos. Respiré profundo y le dije al piloto: “Oiga, baje y atraviésele a la patrulla para en ella seguir a lo que nos falta y tu Ismael “charolea” (muéstrale la placa) y pídele apoyo para la PGR”.
Muy consciente el piloto aceptó diciendo: “Sí, mejor así, porque el aparato trae falla”, mientras que Ismael, enojado y con la adrenalina hasta arriba me contestó; “Si Salvador, porque si no, este cabrón nos embarra más adelante”.
El Federal de Caminos nos dio auxilio. Se reportó a su central y nos llevó hasta El Potosí, cubrimos el evento ya con otro semblante, agarramos color y regresamos en la misma patrulla a Monterrey. Arturo fue al periódico, reveló e imprimió las fotos.
Le entregamos a Don Salvador las fotos y la nota. Le comentamos todo lo sucedido y se mostró muy preocupado. Ya estaba enterado y ya había hablado a México para que reconcentraran el helicóptero para su verificación.
Pasaron unos 15 días, era Septiembre, y un huracán o ciclón había azotado la costa del puerto de Tampico. El helicóptero y el piloto estaban asignados en Ciudad Victoria y lo requirieron para un vuelo de reconocimiento en las áreas afectadas por ese fenómeno natural.
En el helicóptero viajaban el piloto y el hijo del alcalde de Tampico. En un recorrido por las orillas del mar el aparato se desplomó y explotó al impactar en las aguas del Golfo de México pereciendo sus dos tripulantes.
Al enterarnos, el hecho nos impactó profundamente a Ismael, Arturo y a mí. De momento no entendimos la suerte que tuvimos. Han pasado los años, no nos vemos seguido, pero cuando lo llegamos a hacer, nos damos un fraternal abrazo y no se nos olvida lo que dijimos en ese entonces…
“Diosito nos perdonó”.
chavalolanderos@yahoo.com.mx