Crónica sentimental de un 16 de septiembre

 

Por Irma Idalia Cerda González

Hoy fuimos al centro porque tenía ganas de los antojitos de la Taquería Juárez y porque a mi mamá le gustan mucho; entonces le dije a mi hija Andrea que también fuera y nos encontramos ahí. Después de comer, de repente se me ocurrió decirle a mi mamá que si quería visitar a su tía Titina, la única hermana de mi abuelita Mona que vive y que su casa está muy cerca de la taqueria.
La fui a dejar, y mientras fui a hacer un mandado. De regreso me abrió la puerta un señor quien con su esposa, cuida de la tía Titina. Cuando fui con ella me impactó ver su cuerpo tan delgado, porque siempre la recuerdo como llenita, no gordita, pero llenita.
Mientras el señor le explicaba a mi mamá sobre los medicamentos y comidas que le preparaba a mi pariente, yo observaba que Titina – de 92 años- estaba seria, pero muy atenta, a la plática.
Y fue en el momento en que el señor le dijo a mi mamá que antes de que ella llegara estuvo preguntando por varias personas de la familia, incluso le decía que estaba esperando que la visitaran.
Ahí sentí un nudo en la garganta, porque en realidad la visitamos muy poco. Tanto por parte de los Cerda como de los González, existe el gen, o lo que sea, de la logevidad.
Pese algunas excepciones, como mi propio padre y su hemana Margarita, la mayoría ha llegado a viej@ y estas tías González , quienes vivían juntas porque no se casaron, no fueron la excepción.
Y todo esta muy bien, menos la parte de cuando te quedas sol@. Cuando veníamos de regreso yo le dije a mi mamá : “me da cosa ver a la tía así , sin poderse mover, cuando siempre estaba súper activa, como todas ellas”.
Le confesé que a mi me aterrorizaba mucho llegar sola a esa edad, si es que llego a esa edad. Que me apanicaba el hecho de pensar que tendría que depender de una persona, que en este caso, sería alguien contratado por la familia, para que me atendiera. Pasando la tarde entre mis recuerdos y esperando la visita de un@ de los sobrin@s, – bueno en mi caso, sería de mi hija, o de mis nietos- y darme cuenta, en los muchos momentos de lucidez, que no llegaron ni el lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y menos el domingo ; y que yo podría seguir ahí en mi silla de ruedas sumida entre recuerdos y evocando un timbre de teléfono o de la puerta, que trajera la voz o la presencia de mis seres amados.
AÚN NO ES EL FIN.

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