Tancítaro no sólo es un pueblo de nombre hermoso y evocador. Es también el lugar desde el cual todos los mexicanos han recibido una esperanzadora lección de sentido común. Esta comunidad michoacana de 30.000 habitantes decidió que las elecciones de este verano no justificaban poner en riesgo el precario equilibrio que han alcanzado pese a encontrarse enclavados en una región devastada por la violencia de la guerra contra las drogas. Así que optaron por suprimir de facto la competencia electoral designando desde ahora a quien será su próximo alcalde. Los distintos representantes de la comunidad se reunieron y escogieron por unanimidad a Arturo Olivera, un médico de 53 años, profesor de inglés y química en la preparatoria, para que se convierta en alcalde durante los siguientes tres años, a partir de la jornada electoral de junio próximo.
Eso fue lo fácil. Lo difícil fue convencer al PRI, al PRD y al PAN de que renunciaran a sus agendas y convirtieran a Olivera en su candidato. Para las dirigencias nacionales la propuesta equivalía a un sacrilegio. Hacer alianza con enemigos acérrimos y aparecer fusionados en una boleta electoral era algo que trastocaba sus neuronas y boicoteaba sus engranes. Al final fueron convencidos por el argumento de que una situación límite requería soluciones extremas (desde luego también ayudó el hecho de que se trata de una comunidad pequeña y de escasa población; es decir, no es un botín político imprescindible para ninguno de los partidos. Conozco suficiente a los dirigentes para saber que no hay generosidad sin cálculo político).
Lo cierto es que se trata de una solución inédita y esperanzadora. Algunos dirán que es una medida cuestionable por antidemocrática, pues le quitó al ciudadano común y corriente la posibilidad de elegir a sus autoridades. Quizá, pero eso significaría asumir que nuestros procesos electorales son democráticos, algo que dista de ser cierto, particularmente en las zonas más violentas del territorio nacional. Las opciones que ofrecen los partidos no tienen nada de democráticas y sí de burocráticas, y en regiones con presencia de crimen organizado, incluso criminales; al final, el ciudadano se ve obligado a votar por candidatos que ni siquiera habría elegido para estar en una boleta electoral.
Justamente ese era el temor de los habitantes de Tancítaro. Muchas alcaldías han sido tomadas por candidatos vinculados a los cárteles de la droga. Es el caso de Iguala, funestamente célebre por la desaparición de los 43 estudiantes el año pasado. Los narcos consiguen colocar a uno de los suyos como candidato de alguna fuerza política (y les ha pasado a todos los partidos), y lo hacen triunfar con una mezcla irresistible de dinero y amenazas. Tancítaro neutralizó de cuajo tal riesgo.
Tancítaro es un pueblo dedicado a la exportación de aguacate y su prosperidad ha estado permanentemente amenazada por el crimen organizado, que suele exigir un impuesto por hectárea cultivada. Los primeros intentos por resistirse provocaron el asesinato de diversas autoridades municipales por parte de los esbirros. En 2012 recibieron con los brazos abiertos a las guardias de autodefensa de la región y lograron erradicar momentáneamente a las bandas delincuentes. Pero la intervención del gobierno federal en contra de estas guardias civiles provocó el retorno de los cárteles. Finalmente, los agricultores optaron por una estrategia institucional: con sus propios recursos financiaron una policía municipal capacitada por profesionales, dotada de armas de alto poder. La medida dio resultado, las fuerzas locales han mantenido a raya a los delincuentes. No obstante, la estrategia seguida se volvería contraproducente si el narco colocaba a un presidente municipal. La policía local, ahora reforzada, quedaría a las órdenes de su esbirro. De allí la importancia de asegurar un candidato de la comunidad, ajeno a las agendas partidistas penetradas desde hace tiempo por los intereses del crimen organizado.
La solución es ad hoc, difícilmente exportable a otras latitudes. Lo que sí es exportable es la creatividad, la imaginación para encontrar formas de supervivencia al margen de las estructuras viciadas y agotadas. Tancítaro nos muestra que allá donde fracasa el Estado hay esperanza a condición de no rendirnos o quedarnos cruzados de brazos. Su solución puede ser imperfecta y desde luego entraña riesgos; podría incluso fracasar. Lo que no tengo duda es que seguirán intentándolo. Si con Iguala tocamos fondo y la tragedia nos hundió en el desánimo, la actitud de Tancítaro nos muestra una vía para remontar los infiernos y reconstruir la esperanza.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/04/29/actualidad/1430337827_089212.html