Recordando a Judas

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Por Francisco Peña Medina (Tomado de facebook)

En memoria de mi hijo Júdas que mañana 29 de septiembre si la muerte no se lo hubiera llevado cumpliría 27 años de edad y quizás hubiera hecho realidad su sueño de casarse y tener un hijo.

El presente artículo relata las vivencias que compartí con él a pocas horas de que el cáncer le quitara la vida.

Describo su valentía ante la cruenta lucha que enfrentó contra el destino, su recia personalidad y el Don de gente que siempre lo distinguió, espero lo disfruten como yo lo disfrute al escribirlo.
Tinta en la Sangre

Yo Júdas…

Por: Francisco J. Peña Medina

“El Destino esta confiando que me tiene vencido, pero no sabe que la lesión de mi pierna, JAMAS me permitirá ponerme de rodillas…”

Júdas Javier Peña Mirfuentes

Los hermosos ojos negros de mi hijo me bañaron con una luz resplandeciente, como los rayos de un sol lejano…

Al contacto de su mano mi alma se estremeció y el corazón me dio un vuelco.

Aquel fue un reencuentro conmovedor, luego de haber perdido todo contacto con este maravilloso ser en el que Judás se había convertido.

Conversamos a solas y en poco más de cuatro ho¬ras, nos contamos lo que callamos en nuestra larga ausencia.

No hubo reproches ni gestos irascibles, aquello se convirtió en una comunión sagrada, en un acercamiento divino, en un dialogo con Dios…

Hablamos de sus proyectos, de su novia Laura una tamaulipeca hermosa con quien planeaba casarse un mes de diciembre y tener hijos.

Quiso saber de la familia que vive en Sonora y le hable de sus abuelitos, de sus tíos y de sus hermanos Paco y Estefany que residen en Monterrey.

Me platicó de una novela que estaba escribiendo, la cual titularía “El Aliento de las Rosas” En el capítulo cuarto comentó, el personaje principal aun no envejecía.

_ . “Espero envejecer yo primero” -dijo- al tiempo que esbozaba una misteriosa sonrisa y sus enormes ojos negros, se iluminaron de nuevo.

Me confesó sus grandes deseos de visitar Cuba, de deambular por sus calles, por esos paisajes tropicales. De probar la piel con olor a canela.

Júdas admiraba la lucha revolucionaria que emprendió el presidente Fidel Castro, pero sentía una enorme atracción hacia la ideología y la figura de Ernesto “El Che” Guevara.

La barba extremadamente negra que poblaba su mentón, y el férreo carácter, le daban a mi hijo un parecido con el legendario guerrillero argentino.

Por más de una semana Judás permaneció en la habitación 520 del Hospital Muguerza en Monterrey, donde se había hecho cliente distinguido.

Tenía perforado el costado derecho a la altura de la tercera costilla, resultado de la quinta cirugía, el orificio permitía drenarle el área que una vez, albergó el pulmón.

A mi hijo le habían diagnosticado osteosarcoma, el más agresivo de todos los cánceres que durante más de tres años amenazó con arrebatarle el futuro.

A causa de esta terrible enfermedad había recibido un trasplante de hueso, tres cuartos de la tibia proximal que incluía rodilla, ligamentos y tendones.

La cirugía se la había practicado su entrañable amigo el Dr. Carlos Cuervo Lozano. Medico de cuerpos y almas.

Durante este tiempo “EL Comandante” había resistido tres metástasis a Pulmón, se dice fácil, pero era una cruenta batalla contra el destino.

Un día antes de aquel memorable reencuentro Rocío su admirable y valiente madre, puso en mis manos una carta que Judás le escribió a su amigo el ex gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal Guerra (+), quien como él, libraba su propia lucha contra una devastadora enfermedad.

En el escrito sorprendían el valor, la madurez y el sen¬tido del humor con que nuestro hijo enfrentaba su propia lucha. Y aún se daba tiempo para inspirar a los demás.

LA CARTA DECÍA:

“Las quimioterapias han sido el pan nuestro de cada día, con tres metástasis a pulmón no he tenido oportunidad de saborear la vida”.

“Y lo que más extraño es el olor de la noche, la risa de mis amigos a lo largo de una parranda y caminar con mi novia… abrazar a mi familia”.

¡Ah!, si pudiera regresar el tiempo…”,

En ella plasmó las palabras que una vez le dijo su madre:

__. “!No permitas que el destino te robe la alegría ni las ganas de vivir, si la muerte te acecha, demuéstrale quien eres y de que estas hecho”.
“Nunca te arrodilles, no le des ese placer a tu enemigo. Quien deja de pelear en una batalla es mejor que lo entierren en vida, es un soldado muerto!”

El jueves 28 de enero Júdas entro de nueva cuenta al quirófano. Como siempre lo había hecho, bromeando.

No estaba dispuesto a que el destino o incluso la muerte, le arrebataran la sonrisa antes de morir.

“Pelearía no solo por mi vida, sino por ver una vez más a mi familia. Abrazar a los que quiero, agradecerle a todos aquellos que han estado a mi lado”.

“Yo voy a decidir cómo y cuándo moriré, ese privilegio será solo mío, no en valde me dicen el Comandante…”, le escribía entre líneas al ex mandatario Estatal.

El mote de “El Comandante” explicaba Júdas en su carta, se lo debía al Dr. Américo Villarreal Anaya, como reconocimiento “a esas pequeñas, pero significativas batallas que he ido ganando contra el cáncer, cuatro para ser exactos”.

“Hace apenas unos días me ascendió a General”.

“Un General que tiene la mitad del cuerpo lacerado, con tantas cicatrices que podría decirse que ha perdido la batalla y esa es mi mejor estrategia”.

“El Destino esta confiando que me tiene vencido, pero no sabe que la lesión de mi pierna, JAMAS me permitirá ponerme de rodillas…Que aún puedo levantar el pecho”, escribiría en su mensaje fechado un 25 de noviembre de 2009.

Desafortunadamente la noche del jueves 28 de enero del 2010 mientras cumplía con un compromiso de trabajo, recibí de Rocío vía teléfono celular uno de los mensajes más trágicos de los que tengo memoria y que se resumía en una frase:

“Acaba de morir”. Tres palabras que me dejaron sin aliento.

Se extinguía así en forma injusta la vida de un joven brillante, buen hijo y excelente ser humano, que honraba la amistad y que procuró siempre el amor a su prójimo.

Se despidió de este mundo con la frente en alto pues como él decía:

“los tamaulipecos no bajamos la cara, porque si vamos a morir preferimos que nos miren de frente y nos disparen al alba…”

El día de su funeral en ciudad Victoria, cientos de personas se dieron cita para despedir al “Comandante”.

Maestros, periodistas, compañeros de universidad, funcionarios públicos, artistas, familiares y amigos, estaban ahí para darle el adiós a un joven excepcional.

En un abrir y cerrar de ojos, la capilla se llenó de flores mientras las notas de Vivaldi y Motzar, la música que tanto amó e interpretó mi hijo con la Orquesta Sinfónica de Tamaulipas lo acompañaban.

De pronto como un furtivo soplo “El Aliento de las Rosas” penetró en nuestras almas.

Al parecer, Judás daba las últimas pinceladas a su novela y grababa en cada uno de nosotros, el recuerdo imborrable del ser extraordinario que siempre fue.

Luego de la ceremonia de cremación y a punto de despedirme, sentí una mano cálida en mi hombro que detuvo mis pasos, al voltear un joven moreno, delgado y de ojos vivarachos, visiblemente consternado me dijo:

___.“Gracias por estar aquí, mi hermano se despidió como quería y usted pudo comprobar la grandeza de su alma”.

Después aquel chaval se perdió entre la multitud congregada en la capilla y yo me quedé ahí parado, agradeciéndole a Dios la oportunidad que me había brindado, de estrechar una vez más la mano de mi hijo, que fue como tocar el cielo para ser perdonado.
Mañana: Recordando a Júdas

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