Lo advirtió el poeta chileno Pablo Neruda, en su poema “El Barco”: Somos pasajeros, transeúntes, viajeros, peregrinos. Siempre en busca del hallazgo, del encuentro y, sobre todo, de la revelación.
“Hallar lo que estaba ignorado o escondido, principalmente tierras o mares desconocidos“, matiza la Real Academia Española al referirse al verbo descubrir, indisociable al viaje. Y es que el hambre y la sed de conocer han acompañado siempre al hombre en forma de exploración, expedición y conquista.
El interés y la curiosidad innata de algunos de sus protagonistas como el británico John Hanning Speke, les llevaron a “descubrir” el lago Victoria en 1858 mientras buscaban las fuentes del Nilo, aunque los africanos locales ya lo conocieran y bautizaran con el topónimo local de Nyanza. Un ejemplo que también lo encontramos en el conocido binomio entre Bingham y el Machu Picchu.
“Lo que importaba era encontrar su propio destino, no un destino cualquiera, y vivirlo por completo”, apuntó el escritor y poeta alemán Hermann Hesse.